miércoles, 25 de julio de 2012

LA REALIDAD NOS DEMANDA CAMBIAR

por Mario Hernández*
La realidad es terminan­te… 50 % de los alumnos que no aprueban espacios en la escuela secundaria, lo hacen por Ciencias Natura­les, Matemáticas y Ciencias Sociales. Las estadísticas recabadas por los Ministe­rios de Educación a lo largo y ancho del país son termi­nantes en los números, que fluctúan alrededor de esas cifras en la mayoría de las ju­risdicciones. En algunas de ellas, las Ciencias Naturales son desplazadas por Prácti­cas del Lenguaje, en otras Construcción de la Ciudada­nía desplaza por milésima a las Ciencias Sociales, en otras escuelas Matemáticas corre codo a codo con Física o Química, pero en todas el problema es el mismo.

¿Qué está pasando en la es­cuela? ¿Cuál es nuestra respon­sabilidad en el resultado final al que responden éstas cifras? ¿Qué está sucediendo que no alcanzamos a comprenderlo? Nosotros los docentes ¿no nos merecemos una explicación? ¿Quién mejor que nosotros puede buscarla y darla?

La primera pregunta que surge, está dirigida a identificar la raíz del problema. Y en la gran mayoría de los casos, cuando somos docentes en ejercicio los que comenzamos a interrogar­nos respecto, encontramos que casi con unanimidad coin­cidimos en que el destinatario de la culpa para que algo así ocurra, es el alumno que, de­finitivamente, no responde al perfil adecuado para transitar con éxito los trayectos escola­res. Las discusiones y avances sobre el problema se centran entonces en el análisis de las conductas, comportamientos, personalidades y condiciones sociales/ambientales de los mismos y en raras ocasiones, muy raras, cambiamos la mi­rada y sesgadamente la centra­mos en nosotros mismos. Algo por cierto muy difícil de lograr. ¿Estamos en condiciones de si­quiera pensarnos de otra ma­nera? ¿Podemos aceptar que parte de esta realidad que nos toca vivir diariamente en el au­la puede provenir de nuestras prácticas en ella?

La escena se repite dia­riamente en nuestras aulas: alumnos que deambulan sin registrar siquiera que nosotros estamos en ella, que charlan entre sí, sin que les importe si estamos hablándole al resto del curso, abulia, aburrimien­to, desidia. Celulares que distraen, mú­sica que no sa­bemos de dónde sale, y ahora una herramien­ta didáctica que se transforma en otro elemen­to de distracción: las netbook, etc.… etc.… etc. Todo es­to genera una mo­lestia continua, a ve­ces inmanejable, que nos produce ten­sión, impotencia y en el mejor de los casos la sensación que solo huyendo del aula podremos cambiar la situación en la que esta­mos metidos. Es eso… o aceptar la situación sin ha­cer nada.

Escuchamos continuamente la opinión de nuestros colegas con expresiones casi unívocas: “No quieren estudiar, no les in­teresa nada, molestan todo el tiempo. Son vagos, no quieren estar en la escuela, solo vienen a perder el tiempo, no hacen na­da y no dejan hacer, molestan a los compañeros. No respetan nada. No me respetan a mi. No se comprometen, no tienen fu­turo, no tienen ganas. Vienen a perder el tiempo. Están en otra cosa, en otro lado” Hace­mos este diagnóstico y luego la inevitable comparación “Antes no era así, no hacíamos esto o aquello, en mi época estudiá­bamos, si no estudiábamos nos sancionaban, antes no nos daban tantas oportunidades, antes éramos responsables. Antes éramos diferentes.” Por supuesto que éramos diferen­tes… todo era diferente.

¿Cuántas cosas han cam­biado en los últimos veinte años? El mundo se ha transfor­mado radi­calmente en éstos últimos años. Há­bitos, costumbres, comporta­mientos, conductas individuales y colectivas, formas de ha­cer, decir y compor­tarse. Ha cambiado la forma de ver el mundo, de ver a los otros, de verse a sí mismos. Ha cambiado la forma de acceder a la información, la forma de gene­rarla, la forma de procesarla. Indu­dablemente todos nosotros cambiamos al ritmo de esas transformacio­nes. Sería imposible vivir sino. Entonces… ¿qué nos hace pen­sar que los/as alumnos/as se van a comportar como lo hacía­mos nosotros? ¿qué nos hace pensar que tienen la misma vi­sión del mundo, del comporta­miento, del trato con el otro que teníamos nosotros a su edad? ¿Cómo esperar que adquieran nuestro “cómo se debe ser” o nuestra idea de “como se deben comportar o deben tratarnos o tratarse ellos entre sí ”si no ven lo que vemos nosotros. O peor, ven lo que les muestra la tele­visión, internet, los reality y las redes sociales? ¿No será el mo­mento que tratemos nosotros establecer ese “puente hacia ellos”, que el vértigo de nuestra sociedad y un sistema econó­mico y social que prima nue­vas jerarquizaciones a ciertos valores sociales, se encargó de romper? ¿No será el momento de preguntarnos como cruzar­lo, y si no existe tal puente, de cómo intentar construirlo? Todo ha cambiado… pero ¿Y nosotros pudimos hacerlo?

No es una crítica, es una reflexión, una de tantas que surgen si nos detenemos un segundo a pensar sobre lo que les pasa a nuestros alumnos y nos pasa a nosotros en el aula. Las invitaciones que realizan las instituciones para generar espacios de reflexión sobre la práctica profesional, muchas veces fracasan frente al tema de la convocatoria “¿otra vez a charlar sobre lo mismo? ¿cuán­tas veces lo hablamos? ¿cam­bió algo desde entonces?” O si finalmente se concretan, con un número escaso de participan­tes (generalmente son siempre los mismos), naufragan frente a la imposibilidad de lograr una autocrítica profunda que real­mente modifique, no tanto la práctica en sí misma en forma inmediata, sino el lugar desde dónde se analiza el problema, primera condición para buscar coincidencias para iniciar el ca­mino a los cambios concre­tos. Los espacios sirven mu­chas ve­ces como catar s i s de expe­r i enc i as persona­les, los devaneos y reflexio­nes sobre la reali ­dad socio-económica sirven para explicar su­perficialmente, ciertos as­pectos de la realidad áu­lica, pero son insuficientes para completar, entender e involu­crarse en la comprensión de un escenario difícil de habitar como es el aula en la actualidad. La posibilidad de intercambiar ideas, ayudarnos en la práctica diaria, aconsejarnos mutua­mente, compartir herramien­tas didácticas y lograr diseñar dispositivos para pensarnos frente al aula y aprender jun­tos a desplegar estrategias que nos ayuden, es en definitiva la manera tratar de construir ese puente para llegar a ellos… si lo hacemos, probablemente ellos, nuestros alumnos... ¿regresa­ran a las aulas?
 
  • Mario Hernández es Profesor en Histo­ria, graduado en la Universidad Nacional de la Patagonia, se desempeña en el nivel medio en la ciudad de Ushuaia. In­vestigador y docente, colabora con esta nota preocupado por la problemática de la educación en la provincia y el país.
  • Publicado en el semanario KUANIP N° 142 – Junio 2012 de Ushuaia (Tierra del Fuego)
     

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