por Mario
Hernández*
La
realidad es terminante… 50 % de los alumnos que no aprueban espacios en la
escuela secundaria, lo hacen por Ciencias Naturales, Matemáticas y Ciencias
Sociales. Las estadísticas recabadas por los Ministerios de Educación a lo
largo y ancho del país son terminantes en los números, que fluctúan alrededor
de esas cifras en la mayoría de las jurisdicciones. En algunas de ellas, las
Ciencias Naturales son desplazadas por Prácticas del Lenguaje, en otras
Construcción de la Ciudadanía desplaza por milésima a las Ciencias Sociales, en
otras escuelas Matemáticas corre codo a codo con Física o Química, pero en todas
el problema es el mismo.
¿Qué está pasando en la escuela? ¿Cuál es nuestra responsabilidad en el
resultado final al que responden éstas cifras? ¿Qué está sucediendo que no
alcanzamos a comprenderlo? Nosotros los docentes ¿no nos merecemos una
explicación? ¿Quién mejor que nosotros puede buscarla y darla?
La primera pregunta que surge, está dirigida a identificar la raíz del
problema. Y en la gran mayoría de los casos, cuando somos docentes en ejercicio
los que comenzamos a interrogarnos respecto, encontramos que casi con
unanimidad coincidimos en que el destinatario de la culpa para que algo así
ocurra, es el alumno que, definitivamente, no responde al perfil adecuado para
transitar con éxito los trayectos escolares. Las discusiones y avances sobre el
problema se centran entonces en el análisis de las conductas, comportamientos,
personalidades y condiciones sociales/ambientales de los mismos y en raras
ocasiones, muy raras, cambiamos la mirada y sesgadamente la centramos en
nosotros mismos. Algo por cierto muy difícil de lograr. ¿Estamos en condiciones
de siquiera pensarnos de otra manera? ¿Podemos aceptar que parte de esta
realidad que nos toca vivir diariamente en el aula puede provenir de nuestras
prácticas en ella?
La escena se repite diariamente en nuestras aulas: alumnos que deambulan
sin registrar siquiera que nosotros estamos en ella, que charlan entre sí, sin
que les importe si estamos hablándole al resto del curso, abulia, aburrimiento,
desidia. Celulares que distraen, música que no sabemos de dónde sale, y ahora
una herramienta didáctica que se transforma en otro elemento de distracción:
las netbook, etc.… etc.… etc. Todo esto genera una molestia continua, a veces
inmanejable, que nos produce tensión, impotencia y en el mejor de los casos la
sensación que solo huyendo del aula podremos cambiar la situación en la que
estamos metidos. Es eso… o aceptar la situación sin hacer
nada.
Escuchamos continuamente la opinión de nuestros colegas con expresiones
casi unívocas: “No quieren estudiar, no les interesa nada, molestan todo el
tiempo. Son vagos, no quieren estar en la escuela, solo vienen a perder el
tiempo, no hacen nada y no dejan hacer, molestan a los compañeros. No respetan
nada. No me respetan a mi. No se comprometen, no tienen futuro, no tienen
ganas. Vienen a perder el tiempo. Están en otra cosa, en otro lado” Hacemos
este diagnóstico y luego la inevitable comparación “Antes no era así, no
hacíamos esto o aquello, en mi época estudiábamos, si no estudiábamos nos
sancionaban, antes no nos daban tantas oportunidades, antes éramos responsables.
Antes éramos diferentes.” Por supuesto que éramos diferentes… todo era
diferente.
¿Cuántas
cosas han cambiado en los últimos veinte años? El mundo se ha transformado
radicalmente en éstos últimos años. Hábitos, costumbres, comportamientos,
conductas individuales y colectivas, formas de hacer, decir y comportarse. Ha
cambiado la forma de ver el mundo, de ver a los otros, de verse a sí mismos. Ha
cambiado la forma de acceder a la información, la forma de generarla, la forma
de procesarla. Indudablemente todos nosotros cambiamos al ritmo de esas
transformaciones. Sería imposible vivir sino. Entonces… ¿qué nos hace pensar
que los/as alumnos/as se van a comportar como lo hacíamos nosotros? ¿qué nos
hace pensar que tienen la misma visión del mundo, del comportamiento, del
trato con el otro que teníamos nosotros a su edad? ¿Cómo esperar que adquieran
nuestro “cómo se debe ser” o nuestra idea de “como se deben comportar o deben
tratarnos o tratarse ellos entre sí ”si no ven lo que vemos nosotros. O peor,
ven lo que les muestra la televisión, internet, los reality y las redes
sociales? ¿No será el momento que tratemos nosotros establecer ese “puente
hacia ellos”, que el vértigo de nuestra sociedad y un sistema económico y
social que prima nuevas jerarquizaciones a ciertos valores sociales, se encargó
de romper? ¿No será el momento de preguntarnos como cruzarlo, y si no existe
tal puente, de cómo intentar construirlo? Todo ha cambiado… pero ¿Y nosotros
pudimos hacerlo?
No es una crítica, es una reflexión,
una de tantas que surgen si nos detenemos un segundo a pensar sobre lo que les
pasa a nuestros alumnos y nos pasa a nosotros en el aula. Las invitaciones que
realizan las instituciones para generar espacios de reflexión sobre la práctica
profesional, muchas veces fracasan frente al tema de la convocatoria “¿otra vez
a charlar sobre lo mismo? ¿cuántas veces lo hablamos? ¿cambió algo
desde entonces?” O si finalmente se concretan, con un número escaso de
participantes (generalmente son siempre los mismos), naufragan frente a la
imposibilidad de lograr una autocrítica profunda que realmente modifique, no
tanto la práctica en sí misma en forma inmediata, sino el lugar desde dónde se
analiza el problema, primera condición para buscar coincidencias para iniciar el
camino a los cambios concretos. Los espacios sirven muchas veces como catar
s i s de exper i enc i as personales, los devaneos y reflexiones sobre la
reali dad socio-económica sirven para explicar superficialmente, ciertos
aspectos de la realidad áulica, pero son insuficientes para completar,
entender e involucrarse en la comprensión de un escenario difícil de habitar
como es el aula en la actualidad. La posibilidad de intercambiar ideas,
ayudarnos en la práctica diaria, aconsejarnos mutuamente, compartir
herramientas didácticas y lograr diseñar dispositivos para pensarnos frente al
aula y aprender juntos a desplegar estrategias que nos ayuden, es en definitiva
la manera tratar de construir ese puente para llegar a ellos… si lo hacemos,
probablemente ellos, nuestros alumnos... ¿regresaran a las
aulas?
Publicado en el semanario KUANIP N° 142 –
Junio 2012 de Ushuaia (Tierra del Fuego)
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